Cuento, de Alex mariscal

El hogareño
Yo siempre quise ser libre y sin complicaciones. Tenía una casa grande y una familia fabulosa; todo lo que un individuo desea en la vida: hogar, protección, y comida abundante. Me había sacado la lotería. Un día, sin embargo, comencé a sentirme insatisfecho. Intuí que me faltaba algo que no podría encontrar en la rutina del hogar.
Fue así que, en las vísperas de unos carnavales, decidí dar una vuelta por la plaza; echar una canita al aire. Sin decirle a nadie, tomé el atajo hacia el pueblo.
Reencontré a la pandilla y al inicio fue fabuloso; me divertí como nunca lo había hecho desde la infancia. Esa misma tarde, sábado carnaval, conocí a una morena que estaba buenísima, y por supuesto me hizo olvidar el regreso. A propósito, hacía muchos años que no pasaba la noche fuera de casa. Estuve gozando de lo lindo, hasta que apareció un fulano reclamándome la hembra. Ella insistió que no tenía nada con él; así que salí en su defensa. Detrás del tipo salieron varios, y se me armó el “apocalipto”. Me defendí como gato boca arriba en medio de lobos. No pudieron conmigo, pero antes de huir lograron herirme una muñeca; nada grave, así que chupé la sangre varias veces hasta que dejó de sangrar।Me dolía un poco, pero lo esencial era recuperar a la morena; no la volví a encontrar, pero me divertí hasta la inconsciencia. Desperté a una orilla del parque, y con una goma de diez pisos. El brazo no me dolía, pero tenía la apariencia de una pelota de fútbol americano de color violáceo. Haciendo de tripas corazón recorrí el camino de regreso.
Cuando llueve no escampa. El portón estaba trancado, y no me quedaban energías para saltar sobre la cerca. Ya casi sin aliento y a rastras, rodeé la cerca hacia la parte posterior, rogando a la virgen que alguien de la casa me viera.
Al volver en mí, me contaron que fue el pequeñito de la casa el que dio la voz de alarma. Moribundo me llevaron a una clínica. Las larvas ya habían hecho su trabajo; sólo respetaron los tendones que apenas sostenían los huesillos de la mano: medio brazo estaba gangrenado. Al médico no le quedó más remedio que amputar; me salvé por un pelo. Al inicio fue un descubrimiento traumático. Resignarme a ser manco, no fue el mayor problema, lo inaceptable y en cierta forma doloroso, sobre todo al inicio, fue descubrir que el maldito veterinario, aprovechando la anestesia, me castró; según él, para apaciguar mi libido y rebeldía de callejero.
Todo tiene su razón de ser; ahora, los niños me adoran, tengo una casa nueva y más grande, y he engordado como un lechón. El tiempo todo lo cura, finalmente acepté mi destino: un buen guardián debe ser hogareño. Quería ser libre… Ahora lo soy.

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